Sobriedad es saber usar con señorío las cosas buenas. Por eso tiene como sinónimo “moderado” y como antónimo “desenfrenado”. La sobriedad nos enseña y ayuda a vivir disfrutando y nos da las alas necesarias para actuar con libertad, sin dejarnos “enganchar” por nada. La persona sobria se hace íntegra, pues sabe gobernar sus impulsos y consigue hacer lo que quiere y no lo que le apetece y así es libre.
La educación de esta virtud, como pasa con todas, necesita acciones concretas en los distintos momentos de nuestra vida. Quizá en la infancia tenemos que aprender a comer de todo, en la adolescencia a saber utilizar los medios electrónicos y a festejar los acontecimientos, etc. Lo que está claro es que hay que conquistarla poco a poco.
Si uno “templa” su voluntad en el día a día, resulta más fácil vivir esta virtud en situaciones extraordinarias y se aprende a disfrutar de verdad. Nos lo dicen personas tan distinguidas como Leonardo da Vinci cuando afirma: «No se puede poseer mayor gobierno, ni menor, que el de uno mismo.»
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